Myla y Jon Kabat-Zinn (coautores de Everyday Blessings: The Inner Work of Mindful Parenting, reconocidos por utilizar la práctica de la Atención plena para lidiar con los desafíos y las recompensas de la paternidad) mencionan que la manera en que criamos a nuestros hijos es nuestro propio reflejo, en el que podemos ver lo mejor y lo peor de nosotros mismos, los momentos más enriquecedores y los más difíciles de nuestra vida.
La paternidad es como una invitación abierta a que nuestros hijos nos acompañen en nuestro viaje interior. Si bien los hijos nos llenan de un amor que rebasa nuestras más elevadas expectativas, también pueden revelarnos sentimientos latentes e inadvertidos de ira, impaciencia e intolerancia. Aunque experimentar estos sentimientos pueda ser incómodo, también puede brindarnos oportunidades potenciales de crecimiento emocional y una conexión más profunda con nosotros mismos y con nuestros hijos.
Los niños nos inspiran a trabajar en nuestra dinámica interior. A veces podemos pensar que están activando todos nuestros interruptores, despertando todas nuestras inseguridades y poniendo a prueba nuestros límites porque nos llevan a extremos que ni siquiera nosotros mismos hemos explorado. Aunque no lo notemos en el momento, esas situaciones de malestar nos acercan a nuestro verdadero ser, abren nuevas puertas, nutren nuestro mundo interior y nos fortalecen.
La crianza consciente consiste en darnos cuenta y comprender las necesidades reales de los niños para poder ver e interpretar las señales en su comportamiento. Como padres, tenemos la capacidad de acercarnos a ellos con una actitud amorosa, afectuosa, de aceptación, sin juicios y sincera. Éste es un concepto de crianza en el que nos acercamos al niño con genuina curiosidad en el momento presente. De hecho, aunque parezca fácil en la teoría, en la vida diaria no siempre resulta tan sencillo acercarse a los hijos y aceptarlos sin juzgarlos.
Como padres del siglo XXI, a menudo sentimos la presión de ser “mejores padres”. Todo este esfuerzo por hacerlo todo mejor y brindarles cada vez más a nuestros hijos nos aleja del momento presente y puede ser muy estresante. Tomemos esta predisposición hacia el “perfeccionismo” y dejémosla a un lado para que podamos descubrir juntos cómo el ser padres conscientes puede aliviar la carga que llevamos sobre los hombros.
Cada niño es único y desde el momento que nos enteramos que seremos padres anhelamos construir una relación de corazón a corazón con nuestros hijos. Podemos fomentar esta relación sintiendo empatía, cultivando su sentido de valor individual y creando un entorno seguro y acogedor para ellos. Sin embargo, existen ciertas expectativas o juicios que pueden frenarnos: la atribución colectiva de la paternidad como una competencia, las voces críticas internas y externas, o el aumento de las expectativas académicas para los niños, entre otras. Estas son algunas de las cosas que pueden obstaculizar nuestro deseo de cultivar una relación sincera, ya que existe una presión excesiva sobre nosotros.
Todas esas críticas y la presión abrumadora de “tener éxito” pueden llevarnos a etiquetar nuestra paternidad así como a nuestros hijos. Por ejemplo, podemos encontrarnos diciéndoles que son demasiado sensibles, o muy activos, quisquillosos, remilgosos, negativos, miedosos o tímidos. Estas etiquetas nos distraen del momento presente y dificultan nuestra capacidad de ver a nuestros hijos tal y como son: seres humanos en constante cambio y evolución. En lugar de verlos así, comenzamos a verlos a través de estas etiquetas de seres estáticos y esto nos hace aún más críticos. Sin embargo, los niños cambian y se desarrollan continuamente y sus padres y cuidadores son muy importantes y preciados para ellos en su mundo de colores. Es por este motivo que se toman muy en serio esos adjetivos o etiquetas que muchas veces, hasta sin querer, les ponemos.
Entonces, ¿cómo podemos manejar estas voces críticas? Reflexionemos sobre algunas de nuestras creencias fundamentales acerca de la crianza.
Todas estas respuestas pueden ayudar a iluminar la manera en la que nos acercamos a nuestros hijos en la actualidad.
Los niños merecen amor incondicional en cualquier situación y lo que queremos es abrazar a nuestros hijos con un amor infinito. Al mismo tiempo, nuestros hijos necesitan de una guía tranquila y empática. Necesitan saber que el capitán del barco los llevará de forma segura al puerto. La labor del capitán es crear límites saludables e inclusivos para todos los pasajeros. De este modo, toma las medidas que sean necesarias y establece límites, teniendo en cuenta la seguridad de los tripulantes. Es posible que estas decisiones no siempre les agraden a todos; algunas veces pueden disgustarlos o decepcionarlos. Sin embargo, estas reglas son necesarias para llegar a salvo a su destino. Ser el capitán del barco requiere estar ahí para todos los tripulantes con una actitud amable e inclusiva. Ofrecer esa inclusión también implica aceptar todos los momentos de decepción y tristeza que surjan en el camino porque las emociones desagradables, así como los sentimientos agradables, son parte de la vida. Aceptar una emoción y negar las demás es como borrar una parte importante de nosotros mismos.
Es muy común que cuando nuestros hijos experimentan una emoción que los inquieta, les pedimos que la ignoren o que sigan adelante como si nada ocurriera. Resulta sencillo estar presentes con nuestros hijos cuando se sienten bien, pero ellos también necesitan nuestra atención y presencia durante los momentos más difíciles. Si nos mantenemos atentos y presentes en esos momentos, podríamos aprovechar infinidad de oportunidades para conectar con ellos. ¿Estaremos dispuestos a aprovechar esos momentos desafiantes como una oportunidad de crecimiento o simplemente huiremos de ellos? Hay una gran diferencia entre las dos opciones. Si decidimos aprovechar esos momentos, ayudaremos a nuestros hijos a formar y desarrollar su propia resiliencia psicológica.
“¡Mi hijo no me hace caso para nada!” ¿Qué entendemos por “hacer caso”? ¿Nos referimos a escuchar, a estar en sintonía, a cumplir con algo o a obedecer? ¿Realmente los estamos escuchando? ¿Sabemos qué les gusta y qué no les gusta, qué los hace sentir bien y qué no, o en qué momentos se sienten seguros o inseguros? Escuchar no es solamente sentarse en silencio, también implica una acción de silenciar la mente. Escuchar es el acto de estar en el momento presente sin pensar en lo que responderemos a continuación. Como dijo Rumi, nuestras palabras pasan por estas tres puertas: “¿Es verdad? ¿Es necesario? ¿Es amable?”
Abordar cada comportamiento desafiante como si lo estuviéramos viviendo por primera vez nos permite considerar ese comportamiento desde una perspectiva de curiosidad genuina. ¿Puedes adoptar una perspectiva más flexible en lugar de estancar a tu hijo con afirmaciones como: “¡Siempre es así!”? Cuando surge un comportamiento o una emoción difícil, podemos hacernos estas preguntas:
“¿Qué es exactamente lo que está sucediendo aquí y ahora?”
“¿Cuál es la razón detrás de este momento o esta emoción desafiante?”
“¿Cómo puedo apoyar a mi hijo?”
Cuando los vemos con los ojos del corazón, nos damos cuenta de las necesidades reales de nuestros hijos, aquellas que no siempre pueden expresar con palabras. Es entonces cuando realmente podemos comenzar a escuchar su voz. Así es como se va formando un ritmo armónico entre padres e hijos, como una dulce melodía. Poder ser testigos de nuestra magnífica existencia a menudo implica simplemente quedarnos quietos y atentos. Cuando nuestros hijos saben que sus necesidades de ser vistos y escuchados están cubiertas, sienten que están a salvo, y ese pequeño brote de conexión va desarrollando raíces más profundas día tras día.