Todos sabemos lo que se siente fracasar. No es un buen sentimiento. Es desalentador e inquietante, y si lo permitimos, nos puede arrastrar. El éxito en su mayoría es completamente lo contrario del fracaso. Nos hace sentir bien sobre nosotros mismos. Ese sentimiento de que nuestros esfuerzos, tiempo y determinación están siendo recompensados nos hace recordar o darnos cuenta de nuestro valor. Por eso no es sorprendente que todos queremos tener éxito. Sin embargo, algunos de nosotros no podemos verdaderamente disfrutar nuestros éxitos. Sin importar cuán duro hemos trabajado, algunos de nosotros sentimos que no merecemos nuestro propio éxito. Este sentimiento se conoce como el síndrome del impostor por la simple razón de que la mayoría de nosotros que nos sentimos así nos sentimos como impostores cuando nos miramos en el espejo. Pero, ¿por qué? ¿Por qué a veces sentimos que no merecemos el éxito por el cual hemos trabajado tan duro para alcanzar? ¿Cómo podemos dejar de sentirnos de esta manera?
En la raíz, el síndrome del impostor es un tipo de inseguridad. Ese sentimiento de no merecer lo que sea que hemos logrado y sentirnos como que fuéramos un fraude. Este logro podría ser un ascenso, una buena nota o la publicación de uno de nuestros trabajos. A veces hasta podríamos sentir que no merecemos el tipo de vida que tenemos: un buen hogar, una familia amorosa, un trabajo estable que adoramos, amigos preciosos…
El término fue identificado y oficialmente estudiado en 1978 por Pauline Rose Clance. Al inicio Clance definió el síndrome como personas brillantes o altamente cualificadas que pensaban que los demás eran igualmente cualificados o merecedores o el sentimiento de que no merecían sus propios logros. Aunque todavía se necesitan más estudios sobre el síndrome del impostor y la psicología que lo respalda, con los años hemos comprendido mejor lo que es y cómo podemos resolverlo. Aquí presentamos algunas maneras de cómo podemos empezar a hacerlo:
Sin importar cuán seguros de nosostros o exitosos seamos, todos nos cuestionamos. Todos tenemos dudas y preocupaciones que nos carcomen la mente y que nos detienen.
“¿Debería pedir un aumento de salario? ¿Realmente lo merezco?” “¿Por qué un/a hombre/mujer como él o ella querría estar con alguien como yo?” “¿Realmente soy la persona adecuada para dar este discurso? ¿No hay más personas cualificadas?”
El problema no es que tengamos dudas. El problema es que no hablamos de ellas. Cuando tenemos dudas e inseguridades sobre nosotros mismos y nuestros logros, tendemos a guardarlo en silencio. No lo compartimos con nuestras parejas, familias y amigos porque una parte de nosotros se preocupa que confirmarán nuestros miedos. Pero de hecho, al no compartir nos dañamos a nosotros mismos.
Cuando elegimos no compartir nuestras dudas e inseguridades con los demás no solamente nos aislamos, sino que también se hace más difícil que nuestros pares y seres queridos compartan sus propias dudas. Entre más pensamientos inseguros tenemos sobre lo que sea que sentimos que no merecemos, más empezamos a creer que somos los únicos que tenemos dudas sobre nosotros mismos. Esta creencia fortalece la idea de que no somos merecedores. ¿Cómo es posible? Después de todo, las otras personas, las personas merecedoras no piensan ni se sienten de la misma manera. Esta forma de pensar rápidamente nos atrapa en un ciclo vicioso. Entre más dudas tenemos sobre nosotros, más nos aislamos y entre más nos aislamos, más dudas tenemos sobre nosotros.
No obstante, si compartiéramos nuestras dudas, inseguridades y pensamientos con los demás, lograríamos dos cosas. Primero, las personas a nuestro alrededor nos darían retroalimentación honesta y estas personas que amamos y en quienes confiamos nos recordarían nuestro propósito para estar aquí y que somos merecedores de nuestros logros. A veces es más difícil ver nuestras cualidades positivas sobre nuestras cualidades negativas. Compartir nuestros pensamientos de esta manera le dará a las personas en quienes confiamos la oportunidad de convertirse en espejos que nos muestran las cualidades positivas que si poseemos. Al hacer esto, nuestros amigos y familia pueden ayudarnos a ver y evaluar más claramente. De esta forma podemos re-aprender a ver el valor que tenemos e impedir que caigamos en un ciclo de pensamientos críticos y negativos.
La segunda forma en que compartir nuestras dudas con los demás puede ayudarnos es que también invita a nuestros amigos y familia a compartir sus propias dudas con nosotros. Cuando un amigo en quien confiamos y respetamos responde a nuestras dudas con “Sabes, a veces me siento igual también,” de repente nos damos cuenta que no estamos solos. Miramos que todos, aun las personas que respetamos, admiramos y que consideramos merecedoras, a veces se sienten igual que nosotros. Esto nos ayuda a ver que no todos los pensamientos que tenemos nos definen, lo cual puede darnos una mano para alejarnos del tipo de pensamientos que alimentan el síndrome del impostor.
El síndrome del impostor no es únicamente causado por nuestras inseguridades. También puede ser el resultado de no practicar la autocompasión. No es sorprendente que la mayoría de nosotros seamos más críticos de nosotros mismos que de los demás. A causa de esto es probable que descartemos nuestros esfuerzos y nuestro trabajo duro y lo tachemos de “no ser lo suficientemente bueno,” aun si logramos cosas que los demás consideran grandiosas o destacables.
Esta es una buena forma de evaluar si necesitas un empujón en el departamento de autocompasión: ¿Sabes tomar y aceptar cumplidos? Muchos de nosotros rápidamente descartamos cualquier cumplido que recibimos. Sin embargo, nos aferramos a las críticas que recibimos de los demás. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te dio un cumplido? ¿Cuándo fue la última vez que alguien te criticó? ¿Por cuánto tiempo llevaste contigo ese cumplido? ¿Lo recordaste o lo apartaste? ¿Alguna vez piensas sobre los cumplidos que te han dado?
Ahora vuelve a pensar sobre la última vez que alguien te criticó. ¿Por cuánto tiempo te aferraste a esas críticas? ¿Por cuánto tiempo las llevaste contigo? ¿Ocasionalmente piensas sobre ellas? ¿Tu mente regresa a ellas una y otra vez?
Es posible que te hayas aferrado a las críticas por mucho más tiempo que a los cumplidos. Es posible que aferrarse a las críticas haya sido más fácil que tener suficiente compasión para aceptar y acoger los cumplidos. Esta situación no contribuye a pensamientos tales como “pienso que no merezco esta pasantía” o “no soy lo suficientemente bueno o buena para esta relación.” De hecho, esto solamente ayuda a reforzarlos y por consiguiente a fortalecer el síndrome del impostor. Por eso es que las meditaciones de autocompasión pueden ser increíblemente útiles. La próxima vez que te sientes a meditar o que estés enfrente del espejo, enfócate y medita sobre las cualidades que posees y que piensas que merecen elogio. Haz una lista de todo lo que te gusta sobre ti y todo lo que valoras. Piensa y medita sobre estas cualidades y reflexiona sobre cómo has hecho mejor la vida de los demás. Hacer esto no solamente te ayudará a ser más bondadoso contigo, sino que también te hará ver que es gracias a estas cualidades que mereces todo por lo que has trabajado.
Aprender a tener más autocompasión es un paso importante para superar el síndrome del impostor porque significa que te aceptas como eres con tus buenas cualidades y tus fallas. Al practicar la autocompasión y la conciencia plena, podremos identificar la próxima vez que nos sintamos como impostores. Podremos aprender a verdaderamente escuchar los cumplidos que los demás nos dan. Podremos aprender a ver nuestras propias cualidades que merecen elogios. Y así, la próxima vez que nos empecemos a sentir como impostores, podremos poner en pausa esa secuencia de pensamientos para activamente acordarnos de estas cualidades y elogios. Al hacer esto, podremos acordarnos de nuestro propio valor, así directamente revocando los efectos del síndrome del impostor.
Por supuesto que ni la autocompasión ni tener conversaciones honestas con los demás pueden reparar el problema de la noche a la mañana. Ambas prácticas necesitan repetición, paciencia y tiempo. Tal vez no sea lo más fácil a hacer pero con dedicación y el apoyo de nuestros seres queridos podemos aprender a vernos como las personas bellas, únicas y merecedoras que somos.
Estas son sólo dos maneras que podemos usar para superar el síndrome del impostor, pero existen muchas más. ¿Alguna vez te has sentido como un impostor o como si no merecieras algo? ¿Qué te ha ayudado en esas situaciones? ¡Nos gustaría escuchar sobre tu experiencia así que compártelas con nosotros abajo en la sección de comentarios!
Traducido por: Ruth Obando