Hay un viejo refrán que dice: “Madres nerviosas crean niños ansiosos.” Substituye madres por padres y verás que el refrán sigue siendo pertinente. De hecho, si echamos un vistazo a las estadísticas sobre la salud mental alrededor del mundo, veremos que este refrán sigue siendo verdad ahora más que nunca. En el 2017, el Instituto Nacional de Salud Mental anunció que el 38% de las niñas adolescentes y el 26% de los niños adolescentes se están enfrentando a trastornos de ansiedad. Hoy en día uno de cuatro niños experimenta preocupación y ansiedad al punto de tener ataques de pánico y angustia emocional, pero ¿por qué? ¿Por qué la tasa de ansiedad es tan alta entre nuestros niños y qué es lo que podemos hacer para cambiarlo?
Muchas personas creen que la ansiedad es una condición hereditaria presente en la familia. Están parcialmente en lo correcto. La ansiedad puede estar presente en la familia, pero no porque es una condición genéticamente heredada, aunque algunas personas son más propensas a la ansiedad que otras. Es porque la ansiedad es un comportamiento aprendido que los padres o los tutores transmiten a sus hijos sin hacerlo a propósito.
Los psicólogos están de acuerdo que el mejor indicador de los niveles de estrés o ansiedad en un niño es el nivel de estrés o ansiedad del adulto clave en su vida. En otras palabras, si un niño percibe que sus padres o tutores están constantemente estresados o ansiosos – y lo sentirá aunque tratemos de esconderlo – por consecuencia, crecerá cada vez más estresado y ansioso también.
Tal vez te preguntarás cómo los niños pueden detectar estas emociones aún cuando haces tu mejor esfuerzo para esconderlas. Aunque no todos los indicadores están ligados a las emociones, en muchos casos, mostramos nuestros niveles de estrés en la forma en que interactuamos con los demás. Una manera clásica de transmitir ansiedad a los niños es al estar demasiado involucrados. Cuando estamos ansiosos, tratamos de tomar el control de lo que está pasando a nuestro alrededor para aliviar algo de lo que estamos sintiendo. Digamos que nos toca una revisión o una promoción en la oficina; en estas situaciones no podemos hacer nada para controlar la revisión o la promoción en la oficina y lo que pase después. Todo lo que podemos hacer es esperar.
Entonces, tomamos control de lo que podemos. Digamos que nuestro hijo está jugando en el área de juegos con otro niño y ambos entran en una pequeña discusión. En vez de dejarlo manejar la situación por sí solo, inmediatamente intervenimos para “defenderlo”. Antes de darnos cuenta, la mamá del otro niño está ahí también y toda la situación escala más allá de lo que debió. Además, hemos quitado el control de las manos de nuestro niño y le hemos negado la oportunidad de desarrollar sus habilidades para resolver conflictos y construir una amistad. Al intervenir, básicamente también le hemos dicho a nuestro niño: “no puedes manejar esto por ti mismo.” Este es un mensaje el cual estamos forzados a repetir cada vez que interferimos. Entonces, es de poco asombro que al interferir no solamente generamos una falta de autoconfianza en nuestros niños, sino que también fomentamos sentimientos de ineptitud.
Ningún padre quiere herir a sus hijos a propósito. Como padres, es normal que a veces nos dejemos atrapar por la ansiedad o el estrés y no es realista pensar que nuestros hijos nunca nos verán estresados. En el proceso para aprender a manejar y reducir nuestra ansiedad, existen maneras de prevenir que afecte a nuestros hijos así como nuestra relación con ellos. Ahora hablaremos de cinco mecanismos de ayuda a considerar para tomar conciencia en nuestra vida diaria y en la presencia de nuestros hijos.
Ten un sistema de apoyo y se consciente de cuándo utilizarlo. Como regla general, el proverbio “sólo son niños, no entenderán”, usualmente no es verdad. Los niños pueden sintonizar en los momentos más inconvenientes y captar nuestras preocupaciones y nuestra ansiedad. Entonces, es importante de tratar de no descargar todas tus preocupaciones y frustraciones cuando tus niños estén cerca. Sin embargo, esto no significa que deberíamos de reprimir nuestros miedos y nuestras preocupaciones, más bien deberíamos tener un buen sistema de apoyo para hablar las cosas en privado. Nuestro sistema de apoyo puede ser nuestra pareja, nuestros amigos, tal vez hasta un terapeuta… Al procesar nuestros sentimientos con personas en quienes confiamos, podremos descargar nuestras frustraciones a la misma vez que aprendemos y reconocemos esos sentimientos mejor sin preocupar a nuestros niños.
Explica e introduce detonantes saludables. Digamos que hace años te mordió un perro. A causa de esto le tienes tanto miedo a los perros que cruzas la calle cuando miras un perro venir hacia ti. Algo importante a hacer en estas situaciones es explicarles a tus hijos por qué reaccionas de la forma que lo haces. Cuando explicas la razón detrás de tu miedo y que “no todos los perros son malos”, tus hijos no pensarán automáticamente que “todos los perros son peligrosos”. Otra buena manera de contrarrestar tal asociación es de obtener la ayuda de tu pareja: permite que tu pareja lleve los niños a hacer un poco de trabajo voluntario en un refugio animal o que los lleve a la casa de un amigo que tiene perro. De esta forma podrás exponer a tus hijos a detonantes saludables y prevenir que adopten tus mismos miedos o ansiedades.
Comprende tus detonantes. Y hablando de detonantes, si quieres aprender a manejar y reducir tu ansiedad, es importante que entiendas tus detonantes. La próxima vez que te enfrentes a un episodio de ansiedad, toma una pausa y medita sobre lo que estabas haciendo o sintiendo antes del episodio. Toma notas y trata de explorar el momento que te llevó a ese estado. ¿Qué es lo que sientes exactamente? ¿Qué es lo que estabas haciendo antes de empezar a sentirte de esta manera? Solamente al identificar tus detonantes y los patrones que los acompañan es que podrás empezar a cambiar la forma en que respondes.
Promueve riesgos saludables. Digamos que estás en el área de juegos y tienes miedo a las alturas. A tu hijo realmente le gusta la barra trepadora pero el sólo pensar en ello te pone nerviosa, tanto así que quieres detenerlo o darle un límite en cuanto que tan alto puede montar. Cuando empiezas a sentirte de esta manera, toma una respiración profunda y date un momento. Acuérdate que los hijos aprenden haciendo y detenerlo ahora causará más daño que ayuda. Si tienes dificultades con esto, intenta ir al parque con otro padre. Háblale sobre tu ansiedad y obtén su ayuda para que no interfieras, esto puede ser que te mantenga absorbida en conversación, yendo por una caminata corta en el parque o simplemente asegurándote que tu hijo estará bien.
Enseña habilidades útiles de adaptación. Un niño aprende de primera mano sobre el mundo al observar a sus padres. Entonces, ¿qué mejor manera de enseñarles y ayudarte a ti que al adoptar mecanismos saludables de adaptación? Al adoptar mecanismos de adaptación cuando empieces a sentir ansiedad, no transmitirás tu ansiedad a tus hijos, sino, les estarás enseñando cómo manejar la ansiedad cuando la experimenten. Si quieres, puedes tomar un paso más y activamente enseñarles estas estrategias a tus hijos. Esto no solamente les dará herramientas valiosas para el futuro sino que también les servirá como un maravilloso vínculo entre ustedes dos. Aprendan y hagan juntos ejercicios meditativos de respiración: inhalen por cuatro segundos, exhalen por cuatro segundos, o inhalen lentamente, contando la respiración y tratando de llegar a 10. Prueba aplicaciones de meditación y conciencia plena cuando sientas ansiedad; toma caminatas diarias de 30 minutos junto con tu niño, mantén un diario y motiva a tu hijo a hacer lo mismo.
Por último, y es posible que esta sea la parte más importante—por favor ten paciencia y bondad contigo. Como padres y madres, nadie nos dio un manual para ayudarnos a navegar cada situación. Tener hijos bajo tu cuidado es un viaje abrumador, y no es realista imaginar que siempre haremos todo perfectamente. Recuerda que no se trata tanto sobre intentar de no cometer errores, sino más sobre ser un modelo para tus hijos en cómo hay que rectificar las equivocaciones. Estás haciendo lo mejor que puedes con las habilidades y las herramientas emocionales que tienes al igual que los otros padres. Juzgarte a ti o a otros padres por sus equivocaciones es un mal uso de tu tiempo; nada positivo saldrá de la vergüenza. Al continuar manteniendo conversaciones con nuestra comunidad de padres y turores, podemos apoyarnos los unos a los otros para aprender mejores formas de tener relaciones amorosas y alegres con nuestros hijos.
Como siempre, les damos la bienvenida a tus pensamientos, preguntas o perspectivas en este tema. Si eres madre, padre o guardián, ¿hay alguna de estas sugerencias que hizo eco en ti? O si este artículo te hizo reflexionar sobre tu infancia, ¿hay algo en particular que surgió? Como guardianes de una generación futura ¿cómo podemos mejorarnos para que nuestros hijos florezcan y prosperen?
Traduzido por: Ruth Obando