Si has meditado alguna vez, probablemente hayas notado los efectos calmantes de esta práctica. Tal vez la meditación con conciencia plena te haya ayudado a reducir el estrés que sentías en ese momento. Quizás te haya ayudado a llevar una vida menos estresada en general. Pero si eres como yo, probablemente no puedas evitar preguntarte: ¿Cómo es posible que algo tan simple como la meditación genere semejante cambio en nuestras vida?
Antes de analizar cómo la meditación nos ayuda a manejar el estrés, primero recapitulemos para entender qué es el estrés y qué efecto tiene en nosotros. El estrés ha sido un mecanismo de supervivencia desde la época del hombre de las cavernas. Cuando percibimos algún peligro, o cuando tenemos una necesidad no satisfecha o alguna tarea sin terminar, sentimos estrés e inmediatamente entramos en modo de “lucha o huida”. Como resultado, el organismo libera las hormonas del cortisol y adrenalina, haciendo que nuestro corazón lata más rápido, nuestra presión arterial y el azúcar en la sangre aumenten, nuestro sistema inmunológico se suprima, nuestra respiración se acelere y exista poco suministro de sangre en nuestro tracto digestivo. Si el estrés es sólo temporal, entonces estas cosas no representan ningún problema; de hecho, pueden aumentar nuestro rendimiento, enfoque y capacidades, ayudándonos a enfrentar el motivo de estrés.
El problema es cuando el estrés se convierte en un estado crónico y continuo del cuerpo y la mente. Esta liberación continua de cortisol y adrenalina puede provocar serios problemas de salud, como presión arterial alta, enfermedades cardíacas, migraña o diabetes, por nombrar algunos.
Cuando hacemos una pausa y dedicamos tiempo a meditar, estamos tomando una decisión activa de cambiar de un estado mental ruidoso, sobreestimulado y sobrecargado a un estado más tranquilo. Para hacerlo, enfócate en tu respiración; inhala profundamente y conecta con tu ser interior.. Presta atención a los pensamientos que surgen en tu mente sin quedar atrapado en ellos. Por el contrario, sueltalos y déjalos fluir. Siente el contacto de tus pies con el suelo, la temperatura del aire, el olor de la habitación…
Al enfocarte en el momento, envías señales al cerebro diciéndole “Estoy a salvo y listo para estar tranquilo”. Después de recibir estas señales, el cerebro, gradualmente, comienza a calmarse, enviando señales al resto del cuerpo para que se libere y relaje. La frecuencia cardíaca disminuye, la respiración se desacelera y se vuelve más profunda. Como resultado, los diferentes efectos secundarios del estrés se disipan y nuestros cuerpos reanudan sus funciones normales en un estado de calma, mejorando nuestra salud y bienestar general.
La meditación es como ir al gimnasio. La primera vez que vas, es posible que sólo puedas correr durante unos pocos minutos en la caminadora. Sin embargo, cuanto más habitualmente practiques y entrenes, más fuerte y resistente serás. Con el tiempo podrás correr por períodos más prolongados, sin sentir ganas de tumbarte inmediatamente después. La meditación funciona de la misma manera. Mientras más la practiques, mejor podrás mantener las emociones y pensamientos positivos, especialmente cuando cosas malas ocurran de repente.
Puede que no siempre nos demos cuenta, pero la mayoría de nosotros llevamos vidas bastante agitadas. Llámalo bendición o maldición, pero la mayoría de nosotros somos bastante buenos para superar nuestras propias capacidades, dejando de lado constantemente nuestras necesidades y deseos para cumplir con los estándares poco realistas establecidos por otros o, peor aún, por nosotros mismos. Continuamos poniéndonos en segundo lugar y luego terminamos golpeando una pared, exhaustos de tantas emociones, energía y motivación mal canalizadas. Lo peor es que nuestra cultura recompensa y fomenta este comportamiento a través de dichos como “¡Ya dormirás cuando mueras!”, o la famosa expresión “FOMO” (conocida por sus siglas en inglés como el miedo a estar perdiéndote algo); presionandonos constantemente hasta el punto de causar estragos en nuestro estado emocional y físico.
Meditar de manera constante es una forma de pisar el freno, obligarte a hacer una pausa y conectar con esos valores internos que guían las decisiones diarias. La meditación en sí misma es un acto de autocuidado y promueve una mayor consideración de nuestras necesidades, bienestar y límites. En lugar de sentir que nuestros horarios y tiempo están fuera de control, absorbidos por compromisos, obligaciones y trabajo, la meditación actúa como una herramienta que nos ayuda a recuperar la sensación de control. Esto, con el tiempo, ayuda a estabilizar nuestro estado de ánimo y nuestro estado mental en general cada día.
Una cosa que debemos recordar constantemente es que la meditación no es un analgésico que resolverá todos nuestros problemas y dolores al instante. Debemos ser pacientes y constantes. La meditación es la práctica de observar diferentes aspectos de la vida desde diferentes perspectivas. Cuanto más practiquemos, más podremos aprovechar sus beneficios, incluyendo la calma, la contención y la paz. En cualquier momento, independientemente de tus sentimientos, podrás percibir las emociones y las sensaciones físicas con serenidad y sabiduría. Por eso es esencial que practiquemos constantemente para mantener esa habilidad.
Y a medida que profundices en la práctica, siempre aprenderás algo nuevo. Te reconstruirás paso a paso. Sólo a través de la práctica continua, estos aprendizajes y revelaciones pueden arraigarse aún más en tu forma de pensar y de vivir.
Trraductora: Patricia Jimenez